Cuando no pedíamos permiso

Cuando te conviertes en madre te das cuenta de que para realizar cualquier tarea a solas necesitas que alguien cuide de tu hijo y esté ahi para ayudarte. Esta perdida de independencia a veces ahoga y la renuncia constante acaba afectando a nuestra paz mental.

11/20/2025

A veces me sorprendo pensando en la dualidad de la maternidad. Por un lado, eres plenamente responsable de la vida de otros seres humanos, tus hijos. Ellos dependen de ti y les influye cada decisión que tomas, desde darles pecho o biberón hasta decidir la hora de llegada a casa cuando son más mayores. Pero, por otro lado, cuando eres madre te das cuenta de que para hacer ciertas cosas que, normalmente tienen que ver con tu propio disfrute y ocio, vuelves a ser una niña pequeña o una adolescente según el caso, que pide permiso a sus padres para ir a casa de sus amigas, a una festa o al cine con su novio.

Desde el momento justo que escuchas el ansiado lloro por primera vez, pierdes toda o casi toda la independencia que tenías cuando solo eras responsable de ti misma. Es así, aunque duela escribirlo y escucharlo. No hace falta que pasen muchos meses, ni siquiera días desde que tienes a tu pequeño en brazos para darte cuenta de que, para realizar cualquier tarea, si quieres hacerla a solas, cosa que a veces es imprescindible, necesitas que alguien cuide de tu hijo. Esto es inevitable y a veces sinceramente, a mí me ahoga.

Quizá lleves un mes pensando en ir a la peluquería, pero se hace imposible encontrar más de media hora seguida para ti misma. O puede que el invierno empiece con la intención de comprarte una chaqueta nueva y acabe con esa misma intención o incluso que esperes a que llueva porque ni soñar con ir a limpiar el coche… y así miles de ejemplos.

En definitiva, empiezas a tener que consultarlo todo, cada paso que das o cada salida que decides hacer. Y es que tomarte una tarde para ti empieza a hacerse complicado y marcharte un fin de semana fuera, así porque si, roza la hazaña. Empiezas a hacer las cosas cuando puedes y no cuando las necesitas. Y esto tan sutil marca una gran diferencia.

Es esta diferencia la que produce cierta sensación de ansiedad, esa necesidad de planificación y de anticipación. Porque está claro que puedes organizarte para planear una tarde con tus amigas o una comida con tu pareja, pero hay momentos en la vida en que sientes la necesidad de que debe de ser ahora y no vale que sea dentro de cuatro días.

Porque a veces necesitas desahogarte con tus amigas ya, sin demoras. Porque a veces necesitas salvar tu matrimonio y conversar dos horas con un café hoy y no el fin de semana. Y porque a veces necesitas una tarde con tu madre de compras o un fin de semana sola sin que nadie te necesite y seria genial no tener que pedir permiso para hacer esas cosas.

Es verdad que muchas veces podemos recurrir a nuestros padres, los benditos abuelos. Pero esto no siempre ocurre, a veces no están cerca, viven lejos, tienen su vida o simplemente ya no están.

Además, si tienes la suerte de poder recurrir a ellos, normalmente es para hacer algo importante como si todo lo mencionado anteriormente no lo fuera— pedimos “un favor” para ir al médico, a una reunión de padres o al taller de coches. Pero si el tiempo lo dedicamos a algo para nosotras mismas nos invade un sentimiento de culpa que casi siempre nos echa para atrás y acabamos posponiéndolo.

No vamos a negar que renunciamos a mucho, la maternidad tiene mucho de renuncia, de perdida de libertad, poco se puede improvisar y todo tiene que estar planeado con tiempo y al detalle. Normalmente, renunciamos a cosas pequeñas y banales, otras a grandes planes, pero a menudo son cosas prácticamente invisibles desde fuera, pero esenciales para nosotras y nuestra paz mental.

Si esta situación no se puede cambiar ¿cómo la afrontamos? ¿cuál es la solución? ¿qué podemos hacer?

Mi estrategia para sobrellevar esta sensación de ahogo, de ansiedad y de angustia consiste en la importancia que le doy a esos planes y actividades, sola o en compañía. Los imagino como un tratamiento que no puedo dejar, tan fisiológico como la insulina en las personas diabéticas. Y transmito a las personas de mi circulo más estrecho esta realidad, esta necesidad para poder apoyarme en ellos.

Con los años SuperPapi ha aprendido a detectarlo, a darle importancia y me anima a hacer planes sin él y sin los niños y mis padres se encargan de mimar y consentir a los peques para que nosotros podamos cuidar nuestra relación y mantener una conversación de más de dos minutos.

Y es así, como priorizándome y priorizando puedo sobrevivir a las sombras de la maternidad. Pero también viéndolos dormir y reír, jugar y cantar, así también, no lo vamos a negar.