Ojalá solo fuera cambiar pañales

La crianza nos pone a prueba constantemente. Siempre cambiante, nos obliga a estar alerta en cada momento y aprender sobre la marcha dejandonos llevar por nuestro instinto y deseando por encima de todo que sean felices.

11/27/2025

Si cierro los ojos aún puedo sentir la ansiedad previa a cada ecografía, esa necesidad que te llena el cuerpo cuando esperas a que el ginecólogo termine su examen. Ese momento en el que te mira y a la vez que dice “todo bien”, te sonríe.

Esa sensación crece cuando escuchas el lloro de tu bebé por primera vez y llega a su punto máximo cuando esa otra parte del equipo, sea quien sea en cada caso, te mira desde la cunita y mientras el pediatra lo revisa, sonríe y repite ese “todo bien” que llevas nueve meses escuchando. Estas dos palabras tan simples pasan a convertirse en las más deseadas de escuchar desde este momento y durante toda la vida del pequeño.

Es a partir de aquí cuando esa ansiedad que mencionaba se disfraza de diferentes personajes: ¿estará sano?, ¿comerá bien?, ¿dormirá bien?, ¿tendrá amiguitos?, ¿le ira bien en el cole?, ¿será feliz?... Y así día tras día y año tras año, toda tu vida. Porque como dice mi abuelo cada vez que mi madre coge un avión, cosa que ocurre con bastante frecuencia, “Hija mía, la preocupación la sigo teniendo yo con tu madre, eso nunca se pierde”

Y es que la crianza te enseña a vivir en un constante estado de alerta. Una vez leí que tener hijos es como vivir siempre con algo al fuego, que no se te queme, que no se salga el agua, siempre pendiente.

Su vida es tan cambiante, tan dinámica, que cuando aprendes algo, cuando te acomodas en una determinada situación, cambia sin que a penas te des cuenta. Un mes estás triturando su comida y al siguiente enseñándole a comer a trocitos y rezando porque no se atragante en cada bocado. Hoy solo tienes que preocuparte de cambiar el pañal de vez en cuando y mañana estás corriendo al orinal cada vez que parece que dice “pipi”.

Y si esto parece una batalla diaria, todo se acentúa cuando tiene algo más de edad y se hace “mayor” porque entonces las necesidades básicas ya están cubiertas y debemos empezar a pensar en algo, no menos básico, pero si menos llamativo que un pantaloncito mojado: sus sentimientos, sus pensamientos, sus miedos, sus dudas y todas esas cosas que le van construyendo como persona y que le convertirán en el adulto que todos somos.

Y es ahí cuando viene lo difícil, cuando empiezas a ser consciente de que la crianza va mucho más allá de la mera supervivencia. Empiezas a pensar que tienes que ser una buena guía en su vida, porque cada comportamiento que tengas con él le suma, cada acción y cada palabra son granitos de arena en esa playa que formará su personalidad cuando sea adulto.

Así, con el tiempo, he podido observar en mí y en otros que tenemos muchos rasgos de las personas con las que nos criamos. Y aquí hablo de crianza y no de maternidad o paternidad porque esas personas que nos cuidan y nos enseñan en el día a día son las que también forman parte de nosotros.

Personalmente tengo muchos rasgos de mis padres, pero también he interiorizado aspectos y formas de ver la vida de aquellas personas que fueron conmigo de la mano descubriéndome parte del camino, como el sensei a su alumno, pero que sobre todo entendieron que iban a hacer muescas en mi vida y que por eso debían hacerlo bien.

Es por todo esto que a veces me descubro indagando sobre mi propio comportamiento e intentando analizar si lo estoy haciendo de la forma correcta. Y os confieso que esa presión, esa responsabilidad agota más que cualquier noche en vela dando el pecho o cambiando pañales.

La crianza nos pone a prueba constantemente. Nos lleva al límite, exprime nuestra paciencia hasta el infinito, nos hace convertirnos en actores del merecido Oscar, respirando e interpretando un buen papel, por ellos.

La verdad es que no se me ocurre un trabajo remunerado en el cual estes pasando un examen a todas horas, todos los días del año. La crianza es un trabajo que no se ve, que desde fuera parece algo innato que se hace de forma natural sin apenas esfuerzo, nada más lejos de la realidad. Y todo esto sin ninguna guía que nos enseñe el camino, o lo que es peor, a veces con demasiadas.

Por ello no nos queda otra opción que criar bajo la única regla del instinto, de tener como faro la búsqueda incansable de la felicidad de nuestros niños. Porque si sonríen, algo bien estaremos haciendo.